domingo, 10 de junio de 2012

EMPATIA

Visionar de nuevo "NUREMBERG" me proporcionó -además de la saludable conveniencia de refrescar la memoria acerca de horrores que estremecen al más tibio- la oportunidad de quedarme con la conclusión a que, terminado el juicio, llega el Capitán Gustav Gilbert (Matt Craven) acerca del MAL. 
"EL MAL ES LA AUSENCIA DE EMPATÍA", afirma el Capitán Gilbert. 


En forma de mini-serie TV del 2000, "NUREMBERG", con guión de David W. Rintels ("Scorpio", "No sin mi hija", entre otros) basado en el libro de Joseph E. Persico "Nuremberg: Infamy on Trial", es, en mi opinión, uno de los tres mejores trabajos interpretativos de Alec Baldwin. 
Christopher Lambert, impecable, como acostumbra, y un asimismo notable trabajo del resto de actores que no por falta de méritos sino sólo para no fatigar al lector evito añadir.


Ahí queda el apunte de la película y la frase del Capitán Gilbert. 
Para una nota sobre la empatía, paso el testigo a quien quiera recogerlo aunque, de hecho, todos y cada uno deberíamos ponernos a tal labor.   

lunes, 28 de mayo de 2012

APRENDER




Pasó un ministro del emperador y le dijo a Diógenes:
"¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas."

Diógenes contestó:
 "Si tú aprendieras a comer lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador"

domingo, 27 de mayo de 2012

GRIEGOS


Se dice que sólo cuando una persona tiene cubiertas sus necesidades vitales puede elevarse y alcanzar el estadio donde alma y pensamiento se expanden y demandan satisfacción de otro tipo de hambre y sed. Yo añadiría un matiz: elevarse o hundirse; pero no quiero ir por aquí ni adentrarme en territorios donde nunca fui capaz de encontrar un sendero y menos aún de seguirlo hasta el final. Tal vez por ello ya en mi pubertad me proclamé hija de Roma. Fue tras unas vacaciones escolares que empleé absorbiendo, una a una, las páginas de dos volúmenes inmensos —que por cierto pesaban una burrada— y que me había prestado la vecina de enfrente tras haberle manifestado, imagino que con la excesiva verborrea que me caracteriza, mi entusiasmo por una de las asignaturas del curso recién concluido que se llamaba “Historia de las Civilizaciones”.
A lo que íbamos: parece que si el pensamiento no va ligado a la acción concreta que demanda un proyecto determinado el suelo desaparece bajo mis pies.
Tal vez por esto tampoco he simpatizado nunca, en novela, con los finales abiertos; pero esto es harina de otro costal. O no.
Para cumplir con la común costumbre, busco en derredor un responsable, un culpable de estas mis carencias. Y naturalmente lo he hallado. La culpa la tiene ese dedo índice enhiesto dictándome lo que tenía que hacer. Hacer en sentido amplio, o sea, hacer, pensar, sentir. Todo para seguir adecuadamente los pasos que demandaban un proyecto encaminado a una finalidad. Un día caí en la cuenta —no sin ayuda— de que me había pasado cincuenta años escuchando de la gente que me rodeaba, y de la que no, qué era lo que tenía que hacer y cómo.
Con el pretexto de la fascinación que siempre he sentido por el mar, un día me fui a Grecia: Atenas y crucero por las islas griegas. Ignorando todas las consideraciones y recomendaciones con que se me obsequió, fui sola. Ésta fue la primera de las escapadas (por viajes entiendo otra cosa, no los sucedáneos) de las que más tarde haría después. Y las que aún me quedan por hacer. Eso espero.
Y le encontré el gusto a la copa de vino bajo la parra dejando el tiempo deslizarse, como el aire, alrededor, llevando y trayendo conversaciones ruidosas en un idioma imposible; charlas salpicadas de risas, éstas sí inteligibles para cualquiera al igual que la entremezcla de curiosidad y socarronería de las miradas. Ocioso es aclarar que no me moví entre la alta sociedad ateniense, todo lo contrario: barrios populares, mercados, puertos y aldeas y éstas en buena parte isleñas. La alta sociedad difiere poco de un país a otro.
Duele profundamente el alma cuando una se entera de que por lo menos dos griegos se suicidan cada día en la actualidad, hecho éste que se oculta y que los medios son invitados a silenciar ¿Quién tiene la culpa del desastre? Los propios griegos, dicen, que nunca tuvo el pueblo griego el ahínco, la laboriosidad y el sentido práctico de Roma, razón por la que sucumbieron, bajo ésta, en la Edad Antigua. Pero todo romano pudiente albergó en su hacienda, para instrucción de la prole, a un griego…
Ya sé que de esto hace más de dos mil años y que cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia pero el espíritu de un pueblo se empecina en perdurar. En “Zorba, el griego”, el delicioso contrapunto entre la mentalidad del británico y el griego se condensa en la escena final, cuando Zorba le dice al escritor: “Usted lo tiene todo menos una cosa: locura. Y el hombre tiene que estar un poco loco sino… sino nunca se atreve a cortar la cuerda y ser libre”.
Después de cincuenta años estoy con Zorba y también yo le encuentro el gusto a nadar en libertad y contracorriente. ¡A buenas horas! pero haber perdido en gran parte el temor a perder pie cuando ya encamino la recta que, si hay suerte, me encaminará a la vejez, es para mí un notable progreso.

Artículo publicado el 29 de mayo de 2012 en e-Notícies. Opinió. "La punteta"

sábado, 7 de abril de 2012

LA NUEVA NOVELA NEGRA ESPAÑOLA






"Cuando el asesino es el sistema"...


Diálogo entre tres autores del género:

Marta Sanz,

Carlos Salem y

Carlos Zanón.


martes, 27 de marzo de 2012

RETALES DE TEXTO



Hoy como ayer, mañana como hoy,

¡y siempre igual!

Un cielo gris, un horizonte eterno

y andar... andar.

Moviéndose a compás como una estúpida

máquina, el corazón;

la torpe inteligencia del cerebro

dormida en un rincón.

El alma, que ambiciona un paraíso,

buscándole sin fe;

fatiga sin objeto, ola que rueda

ignorando por qué.

Voz que incesante con el mismo tono

canta el mismo cantar;

gota de agua monótona que cae

y cae sin cesar.

Así van deslizándose los días

unos de otros en pos,

hoy lo mismo que ayer... probablemente

mañana como hoy.

¡Ay!, a veces me acuerdo suspirando

del antiguo sufrir...

Amargo es el dolor, pero siquiera

¡padecer es vivir!

Gustavo Adolfo BÉCQUER

domingo, 5 de febrero de 2012

BARCELONA NEGRA



EN LA SEMANA NEGRA


A los 73 años y de un ataque cardíaco fallecía, el Día de los Santos Inocentes de 2001, William X. KIENZLE. Autor popular en Michigan y bastante menos por estos pagos, creó un personaje, el Padre Koesler, un clérigo investigador, que protagonizó un buen puñado de novelas (parece que unas veinte) publicadas en el período 1978-2001 y ambientadas en Detroit.

Kienzle a su vez fue presbítero durante 20 años. Abandonó tras mostrarse abiertamente disconforme con la Iglesia Católica por la posición de ésta al rechazar el matrimonio religioso entre divorciados.

La primera de sus novelas: “The Rosary Murders” fue llevada al cine en 1987. El protagonista, el Padre Koesler, fue interpretado por un Donald Sutherland muy inspirado como es habitual y se estrenó en España con el título de “Los crímenes del rosario”.

Puede que la estela de Chesterton y su Padre Brown fuera causa de que Europa se encogiera de hombros ante Kienzle y su Padre Koesler, ambos posteriores. En la Casa del Libro y en Amazon apenas cuatro o cinco títulos están disponibles y según recuerdo, no en español.

Sirva pues esta breve reseña de modesto homenaje a KIENZLE en esta Semana de la Novela Negra, y no sólo como autor sino también en el otro aspecto humano apuntado más arriba.

domingo, 29 de enero de 2012

RETALES DE TEXTOS



—Oiga, que me dicen que una relación es como una calle de dos direcciones… pero no acabo de comprender porqué, en ausencia de señal reglamentaria que lo advierta, hay quien circula atribuyéndose siempre la prioridad. Un toque prolongado de claxon o directamente un volantazo.


—¡Cuidado! Piénselo dos veces antes de decir tal cosa. Esta es una idea negativa. Nadie quiere nada con las personas que verbalizan sus pensamientos negativos. Su futuro es la exclusión social.


—Eso tampoco me gusta ¿Qué puedo hacer?


—¿Quiere que le califiquen de positivo? ¿Quiere que le acojan en círculos de gente interesante o con futuro, aunque casi nunca coincide? ¿Desea aprobación social? Pues déjese atropellar, sonría aunque le hayan machacado hasta el tuétano, dé las gracias y, a poco que pueda, aplauda -cada vez que se tropiece con él- a quien aún le dejó un poco de vida para contarlo. Y si es usted tan débil como para necesitar la comprensión o el apoyo de algún prójimo y no puede resistir la tentación de relatar la anécdota a alguno de sus amigos o conocidos, no se olvide concluir diciendo cuán útil le ha resultado la experiencia para aprender, lo mucho que ha contribuido a su crecimiento personal y lo satisfecho y agradecido que está por ello.


—No se ajusta a la realidad.


—¿A quién le importa la realidad? La de usted, aún menos. Lo que le he dicho: adáptese. Es una política sensata para aquel que no es un depredador nato y que tampoco tiene la capacidad de mutar.


—O no le da la gana de hacerlo…


—En tal caso, ahorre para el ataúd. El sarcófago social ya se lo tienen preparado.