“Julia había crecido
escuchando cuentos sobre los aventureros del mar: Cristóbal Colón, Enrique el
Navegante, Cook, Erik el Rojo. Prefería las historias de vikingos desde que le
contaron que éstos eran enterrados con sus barcos. Una y otra vez preguntaba sobre
el tamaño de los agujeros. Su mente infantil no podía imaginar cómo se
enterraban los enormes barcos que acostumbraba a ver en el puerto de Buenos
Aires.
—Por suerte tu barco es
chiquito —dijo la niña a su padre, un marino francés que trabajaba de práctico
en el Río de la Plata.
Era muy pequeña todavía
cuando se plantó delante de sus padres y les dijo que ella quería ser marino y
que tendría su propio barco. La madre le explicó que las mujeres no podían ser
marinos. La niña preguntó por qué.
—Querido —dijo la señora
Ana Lee dirigiéndose a su esposo, Don Pedro Dofour—, ¿por qué?
Con el tiempo, los moños y las muñecas, Julia se
olvidó de aquellas historias. Tanto se olvidó que creyó que le gustaba coser y
bordar.”
Fragmento de Julia y el vikingo
Obra: "Mujeres en tierra
de hombres" (Historia de las primeras colonizadoras de la Patagonia), de
Virginia HAURIE.