viernes, 31 de mayo de 2013
HILVANES DE VOZ
"Que se me rompe el cántaro
entre las secas aguas.
Y se me desmoronan los castillos
de ramas primerizas.
Con este cascarón tan fragmentado
pretenden ubicarme
en el mar de los tópicos,
en una sin-liturgia de disfraces.
*
Cuando pueda comprar
diez alas de cigüeña
cruzaré los espacios distendida.
Me lanzaré al abismo sin oxígeno.
No tengo vocación de espectadora."
Autora: Pilar TELLO BERDÚN
Extraído de su libro de poemas
"HILVANES DE VOZ".
Ediciones Torremozas, Nov. 2012
ISBN 978-84-7839-516-3
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viernes, 24 de mayo de 2013
TITULAR UNA NOVELA
Titular una novela es algo que da serios
dolores de cabeza a muchos autores. Esto no es nuevo. Cuentan de Ernest Hemingway que era torpe en extremo para
crear un buen título pese a que llegaba a escribir hasta cien opciones distintas
para después descartarlas todas con el consiguiente desespero de sus editores.
Antaño era relativamente sencillo o lo
era el criterio para dar título a una obra. Bastan un par de ejemplos para
traernos a la memoria otros muchos: “Ana Karenina” (L.Tolstoi), “Las cuatro plumas” (A.E.W. Mason). Algunos resumen de forma clara y concreta la historia que
el libro contiene, como “Cinco semanas en globo” (J. Verne). Tamaña sencillez sufrió el primer revulsivo con la oleada
de títulos hispanoamericanos. Bautizar una obra se ha convertido en una labor
difícil.
Se ha preguntado a diferentes escritores
al respecto ¿Cómo eligen el título? ¿De dónde extraen la idea?
Luis Goytisolo (y varios otros coinciden con él) opina que el título
siempre debe salir del interior de la novela para entenderla sin saber aún de
qué va. En la misma línea Rosa Montero,
quien dice que el título tiene que ser verdadero, que ha de nacer dentro de la
novela. Otros autores aconsejan titular una obra con una metáfora. Cuándo
preguntaron a Eduardo Mendoza, éste
dijo que las esquelas de los periódicos daban muchas ideas. Agustín Fernández Mallo por su parte afirma que
el mejor título de un libro es el que menos tiene que ver con su contenido.
Véase pues que hay orientaciones para todos los gustos.
Si tendrá valor un buen título que
Alejandro Gándara se jugó “El
desorden de tu nombre” en una partida de cartas que le ganó Juan José Millás, como sabemos.
El combate que hoy se libra en el
mercado, en todos los órdenes, azuza la imaginación; imprescindible para
hacerse con un hueco aunque sea tan minúsculo como efímero. El título tiene que
ser llamativo. Se buscan afanosamente títulos que llamen la atención, que
atrapen, que tengan garra. Y cada uno procura distinguirse del vecino pese a la
estrecha convivencia; como la de “Seda” (A. Baricco) con “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de
gasolina” (S. Larsson).
En ocasiones se pasa del ingenio del absurdo a lo escatológico, a lo vulgar e
incluso a lo grosero. Se dice que Charles Bukowski
manifestó estar más que complacido con sus ediciones españolas porque son las
que ofrecen los títulos más salvajes y rompedores.
No es que en España tengamos
mal gusto, no, es que necesitamos mover el negocio como sea y si algo se sale
de madre también ayuda.
En un mercado copado de títulos, cuando
ensayadas varias opciones no damos con el resultado apetecido ¿qué podemos
hacer? ¿cómo dar con un título original?
Dicen de Honoré de Balzac que un joven escritor le preguntó cómo podía titular una
novela que había escrito. El muchacho no daba datos suficientes. El maestro francés
le respondió: "¿Sale algún tambor? —No. ¿Sale alguna trompeta? —No.
Pues está clarísimo: ‘Sin tambores ni trompetas’ “
Me parece un criterio harto
contemporáneo el de Balzac. Los grandes, llamados viejas glorias de la
literatura (el énfasis se pone en el adjetivo) tienen recursos que ofrecernos todavía hoy.
miércoles, 15 de mayo de 2013
NOVELA LÍRICA
Quienes se enamoraron de "La lluvia amarilla", quienes gusten de leer al poeta en cada página, no deberían perderse "LAS LAGRIMAS DE SAN LORENZO", de Julio Llamazares.
Edita: ALFAGUARA (2013)
“Lo recuerdo ahora, al cabo del
tiempo, pero lo ignoraba entonces, aquella noche en la era, mientras mi padre,
tumbado boca arriba junto a mí, me iba diciendo los nombres de las estrellas a
la espera de que alguna perdiera su inmovilidad. Lo hacían de pronto, sin
previo aviso, y convertían su breve vuelo en una ilusión lumínica; tanta era su
velocidad y tan fuerte la impresión que me producía su descubrimiento.
Y es que las lágrimas de San
Lorenzo, como llamaban en aquellos pueblos a las estrellas fugaces del mes de
agosto por concentrarse principalmente en torno a ese día, acarreaban cada una
de ellas la posibilidad de pedir un deseo, que era lo que realmente
entusiasmaba más a los niños. Tanto que a veces nos poníamos nerviosos cuando
la profusión de estrellas hacía imposible pensar uno para cada una.
Pero aquel día, cuando mi padre
me acompañó a ver la lluvia de estrellas, aquel lejano verano en el que también
él tuvo vacaciones, yo no podía pensar ninguno porque el principal de todos, que
era que él estuviera allí, ya se me había cumplido. Así que me dediqué a ver
volar las estrellas sin pedirles ningún deseo y a dejarme embriagar por aquel
olor que llegaba mezclado con el del monte y que, a partir de esa noche, iría
ya siempre unido a la contemplación de las lágrimas de San Lorenzo. Por eso
cuando, veranos después, siendo ya un adolescente, trabajé recogiendo el lúpulo
en varias fincas de la comarca (las que, por sus dimensiones, daban trabajo a
todo el que lo quisiera), recordé, mientras lo hacía, con emoción y melancolía,
la noche en la que mi padre me acompañó a ver las lágrimas de San Lorenzo del mismo
modo en que ahora recuerdo aquel olor pegajoso que desprendían las motas del
lúpulo cuando las arrancábamos de la planta y que se quedaba pegado a la piel
durante bastantes días. Tanto que todavía hoy puedo olerlo, a pesar del tiempo
pasado.”
“LAS LAGRIMAS DE SAN LORENZO”. Julio Llamazares.
(Fragmento)
PS:
Se agradece la cuidada y la amplia reseña publicada en EL CULTURAL.es (03 de mayo 2013) por Angel Basanta y la auto crítica de éste, que le honra y en grado sumo.
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sábado, 4 de mayo de 2013
PALABRA DE ESCRITOR
Los senos de la mujer son la única persistencia del hombre; los coge al
nacer y ya no los suelta hasta morir de viejo.
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Jardiel Poncela,
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