“Lo recuerdo ahora, al cabo del
tiempo, pero lo ignoraba entonces, aquella noche en la era, mientras mi padre,
tumbado boca arriba junto a mí, me iba diciendo los nombres de las estrellas a
la espera de que alguna perdiera su inmovilidad. Lo hacían de pronto, sin
previo aviso, y convertían su breve vuelo en una ilusión lumínica; tanta era su
velocidad y tan fuerte la impresión que me producía su descubrimiento.
Y es que las lágrimas de San
Lorenzo, como llamaban en aquellos pueblos a las estrellas fugaces del mes de
agosto por concentrarse principalmente en torno a ese día, acarreaban cada una
de ellas la posibilidad de pedir un deseo, que era lo que realmente
entusiasmaba más a los niños. Tanto que a veces nos poníamos nerviosos cuando
la profusión de estrellas hacía imposible pensar uno para cada una.
Pero aquel día, cuando mi padre
me acompañó a ver la lluvia de estrellas, aquel lejano verano en el que también
él tuvo vacaciones, yo no podía pensar ninguno porque el principal de todos, que
era que él estuviera allí, ya se me había cumplido. Así que me dediqué a ver
volar las estrellas sin pedirles ningún deseo y a dejarme embriagar por aquel
olor que llegaba mezclado con el del monte y que, a partir de esa noche, iría
ya siempre unido a la contemplación de las lágrimas de San Lorenzo. Por eso
cuando, veranos después, siendo ya un adolescente, trabajé recogiendo el lúpulo
en varias fincas de la comarca (las que, por sus dimensiones, daban trabajo a
todo el que lo quisiera), recordé, mientras lo hacía, con emoción y melancolía,
la noche en la que mi padre me acompañó a ver las lágrimas de San Lorenzo del mismo
modo en que ahora recuerdo aquel olor pegajoso que desprendían las motas del
lúpulo cuando las arrancábamos de la planta y que se quedaba pegado a la piel
durante bastantes días. Tanto que todavía hoy puedo olerlo, a pesar del tiempo
pasado.”
“LAS LAGRIMAS DE SAN LORENZO”. Julio Llamazares.
(Fragmento)
PS:
Se agradece la cuidada y la amplia reseña publicada en EL CULTURAL.es (03 de mayo 2013) por Angel Basanta y la auto crítica de éste, que le honra y en grado sumo.
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