Para mí, en todo asunto o cuestión, lo importante son las personas. Quizá por esto, porque la persona es lo primero, nunca le he dado ninguna importancia a las clases (sociales), las categorías o estatus y, ni mucho menos, esas clases, categorías o estatus han modificado mi pensamiento ni mi comportamiento. Pienso que todas las personas son iguales y no las hay unas más iguales que las otras. Con todas me relaciono y todas me merecen igual consideración. Lo que piensen o hagan los demás al respecto, a mí no me sirve de referente. Digo esto porque a veces —mejor dicho, a menudo— puedo resultar difícil de comprender. Quizá tenían razón aquellos que dijeron con cierta sorna hace muchos años: “A Rosa hay que darle de comer aparte”.
Si caigo, como todos o casi, en la tentación de clasificar al prójimo será
por asuntos como la educación (me refiero a los modales) y el respeto a los
demás. No modifico ni trato ni discurso sea mi interlocutor rico o pobre, un
aristócrata o un paria de la tierra, vamos. Entiéndase ello extensivo a cuantos
tramos intermedios se nos antoje identificar. Cosa aparte es la coincidencia en
gustos, caracteres u opiniones que sí pueden constituir elementos de peso
—relativo— respecto al sentido de
pertenencia o revelar una mayor o menor afinidad. Si hay que poner etiquetas,
las pongo aquí.
Que no soy original ni única en mi enfoque, seguro; que ese no es el
patrón estándar, también. Quizá me confundo y a mi vez confundo, muy probable.
Que en ejercicio de mi libre albedrío yo “pase” de patrones, es aceptable. Llegar
al punto de olvidar que los patrones existen, es imperdonable. Procedo pues a
entonar el mea culpa.
Todas estas disquisiciones se me ocurren al hilo de mi sorpresa
respecto a la actitud, al comportamiento que han mostrado, de forma escalonada
en tres años, tres personas concretas. Con las tres tengo trato desde hace tiempo.
“Tres eran tres las hijas de Elena, tres eran tres y ninguna era buena”, alguien dijo.
Sí, se ha tratado de comportamientos de menosprecio; de hacer (me) de
menos; de marcar distancias. Que esto no empece el aprovechamiento de cuanto
útil a sus intereses haya podido yo aportarles tras su demanda, claro; para eso
no molesta mi falta de “pedigrí”.
La tercera y última persona de las que estoy hablando, puso incluso tenaz
empeño en no ser visto junto a una servidora en una reunión social “de nivel” a
la que yo había sido invitada y esa persona acudió como “adosada”. Gracias a mi
mediación, quiero decir.
Regresemos a las estereotipadas clases, a los tradicionales patrones ¿Saben
a qué grupo pueden ser adscritas las tres personas de las que les estoy
hablando? Las tres, sí ¡que coincidencia! Lo adivinaron: a la burguesía. Para
ser exactos y según los cánones, al segmento que algunos llamaron la baja
burguesía ¡Las tres! (y que Dios me perdone por ponerles tal marchamo).
Haré como mi abuela que en Paz descanse cuando, ya octogenaria, continuaba teniendo algún que otro tropiezo, o una decepción, en el trato con humanos: “Ya lo sabré para otro día”.
O tal vez no.