lunes, 28 de mayo de 2012

APRENDER




Pasó un ministro del emperador y le dijo a Diógenes:
"¡Ay, Diógenes! Si aprendieras a ser más sumiso y a adular más al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas."

Diógenes contestó:
 "Si tú aprendieras a comer lentejas, no tendrías que ser sumiso y adular tanto al emperador"

domingo, 27 de mayo de 2012

GRIEGOS


Se dice que sólo cuando una persona tiene cubiertas sus necesidades vitales puede elevarse y alcanzar el estadio donde alma y pensamiento se expanden y demandan satisfacción de otro tipo de hambre y sed. Yo añadiría un matiz: elevarse o hundirse; pero no quiero ir por aquí ni adentrarme en territorios donde nunca fui capaz de encontrar un sendero y menos aún de seguirlo hasta el final. Tal vez por ello ya en mi pubertad me proclamé hija de Roma. Fue tras unas vacaciones escolares que empleé absorbiendo, una a una, las páginas de dos volúmenes inmensos —que por cierto pesaban una burrada— y que me había prestado la vecina de enfrente tras haberle manifestado, imagino que con la excesiva verborrea que me caracteriza, mi entusiasmo por una de las asignaturas del curso recién concluido que se llamaba “Historia de las Civilizaciones”.
A lo que íbamos: parece que si el pensamiento no va ligado a la acción concreta que demanda un proyecto determinado el suelo desaparece bajo mis pies.
Tal vez por esto tampoco he simpatizado nunca, en novela, con los finales abiertos; pero esto es harina de otro costal. O no.
Para cumplir con la común costumbre, busco en derredor un responsable, un culpable de estas mis carencias. Y naturalmente lo he hallado. La culpa la tiene ese dedo índice enhiesto dictándome lo que tenía que hacer. Hacer en sentido amplio, o sea, hacer, pensar, sentir. Todo para seguir adecuadamente los pasos que demandaban un proyecto encaminado a una finalidad. Un día caí en la cuenta —no sin ayuda— de que me había pasado cincuenta años escuchando de la gente que me rodeaba, y de la que no, qué era lo que tenía que hacer y cómo.
Con el pretexto de la fascinación que siempre he sentido por el mar, un día me fui a Grecia: Atenas y crucero por las islas griegas. Ignorando todas las consideraciones y recomendaciones con que se me obsequió, fui sola. Ésta fue la primera de las escapadas (por viajes entiendo otra cosa, no los sucedáneos) de las que más tarde haría después. Y las que aún me quedan por hacer. Eso espero.
Y le encontré el gusto a la copa de vino bajo la parra dejando el tiempo deslizarse, como el aire, alrededor, llevando y trayendo conversaciones ruidosas en un idioma imposible; charlas salpicadas de risas, éstas sí inteligibles para cualquiera al igual que la entremezcla de curiosidad y socarronería de las miradas. Ocioso es aclarar que no me moví entre la alta sociedad ateniense, todo lo contrario: barrios populares, mercados, puertos y aldeas y éstas en buena parte isleñas. La alta sociedad difiere poco de un país a otro.
Duele profundamente el alma cuando una se entera de que por lo menos dos griegos se suicidan cada día en la actualidad, hecho éste que se oculta y que los medios son invitados a silenciar ¿Quién tiene la culpa del desastre? Los propios griegos, dicen, que nunca tuvo el pueblo griego el ahínco, la laboriosidad y el sentido práctico de Roma, razón por la que sucumbieron, bajo ésta, en la Edad Antigua. Pero todo romano pudiente albergó en su hacienda, para instrucción de la prole, a un griego…
Ya sé que de esto hace más de dos mil años y que cualquier parecido con la realidad actual es pura coincidencia pero el espíritu de un pueblo se empecina en perdurar. En “Zorba, el griego”, el delicioso contrapunto entre la mentalidad del británico y el griego se condensa en la escena final, cuando Zorba le dice al escritor: “Usted lo tiene todo menos una cosa: locura. Y el hombre tiene que estar un poco loco sino… sino nunca se atreve a cortar la cuerda y ser libre”.
Después de cincuenta años estoy con Zorba y también yo le encuentro el gusto a nadar en libertad y contracorriente. ¡A buenas horas! pero haber perdido en gran parte el temor a perder pie cuando ya encamino la recta que, si hay suerte, me encaminará a la vejez, es para mí un notable progreso.

Artículo publicado el 29 de mayo de 2012 en e-Notícies. Opinió. "La punteta"