viernes, 24 de mayo de 2013

TITULAR UNA NOVELA

Titular una novela es algo que da serios dolores de cabeza a muchos autores. Esto no es nuevo. Cuentan de Ernest Hemingway que era torpe en extremo para crear un buen título pese a que llegaba a escribir hasta cien opciones distintas para después descartarlas todas con el consiguiente desespero de sus editores.

Antaño era relativamente sencillo o lo era el criterio para dar título a una obra. Bastan un par de ejemplos para traernos a la memoria otros muchos: “Ana Karenina” (L.Tolstoi), “Las cuatro plumas” (A.E.W. Mason). Algunos resumen de forma clara y concreta la historia que el libro contiene, como “Cinco semanas en globo” (J. Verne). Tamaña sencillez sufrió el primer revulsivo con la oleada de títulos hispanoamericanos. Bautizar una obra se ha convertido en una labor difícil.

Se ha preguntado a diferentes escritores al respecto ¿Cómo eligen el título? ¿De dónde extraen la idea?

Luis Goytisolo (y varios otros coinciden con él) opina que el título siempre debe salir del interior de la novela para entenderla sin saber aún de qué va. En la misma línea Rosa Montero, quien dice que el título tiene que ser verdadero, que ha de nacer dentro de la novela. Otros autores aconsejan titular una obra con una metáfora. Cuándo preguntaron a Eduardo Mendoza, éste dijo que las esquelas de los periódicos daban muchas ideas. Agustín Fernández Mallo por su parte afirma que el mejor título de un libro es el que menos tiene que ver con su contenido. Véase pues que hay orientaciones para todos los gustos.

Si tendrá valor un buen título que Alejandro Gándara se jugó “El desorden de tu nombre” en una partida de cartas que le ganó Juan José Millás, como sabemos.

El combate que hoy se libra en el mercado, en todos los órdenes, azuza la imaginación; imprescindible para hacerse con un hueco aunque sea tan minúsculo como efímero. El título tiene que ser llamativo. Se buscan afanosamente títulos que llamen la atención, que atrapen, que tengan garra. Y cada uno procura distinguirse del vecino pese a la estrecha convivencia; como la de “Seda” (A. Baricco) con “La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina” (S. Larsson).

En ocasiones se pasa del ingenio del absurdo a lo escatológico, a lo vulgar e incluso a lo grosero. Se dice que Charles Bukowski manifestó estar más que complacido con sus ediciones españolas porque son las que ofrecen los títulos más salvajes y rompedores.
No es que en España tengamos mal gusto, no, es que necesitamos mover el negocio como sea y si algo se sale de madre también ayuda.

En un mercado copado de títulos, cuando ensayadas varias opciones no damos con el resultado apetecido ¿qué podemos hacer? ¿cómo dar con un título original?

Dicen de Honoré de Balzac que un joven escritor le preguntó cómo podía titular una novela que había escrito. El muchacho no daba datos suficientes. El maestro francés le respondió: "¿Sale algún tambor? —No. ¿Sale alguna trompeta? —No. Pues está clarísimo: ‘Sin tambores ni trompetas’ “

Me parece un criterio harto contemporáneo el de Balzac. Los grandes, llamados viejas glorias de la literatura (el énfasis se pone en el adjetivo)  tienen recursos que ofrecernos todavía hoy.


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