sábado, 11 de agosto de 2012

PEDAZOS DE TEXTO


“Dos pueblos, el nuevo y el viejo y patricio de casas bajas, de viviendas nobles levantadas sobre piedras sillares como un ara solis fundacional y primigenio, convivían en la ciudad encajada entre callejones y travesías marinas, malecones señoriales y viejas calles trazadas a cordel. De cuando en cuando aparecía una plaza, o una recoleta plazoleta donde un grupo de niños jugaban a la rayuela. Los nuevos edificios tenían esa palidez mortecina de la piedra picada, la plácida suavidad del cemento enfoscado de blancos impolutos, la brevedad de maderas barnizadas o el desafío de las ventanas abiertas a la hora del oreo.

Por todas partes crecían los limoneros con sus frutos permanentes. Centenares de árboles en jardines y patios, festoneando los paseos, creciendo por la ladera de la montaña. Limonero, limones perpetuos que se fundían en los árboles. A veces venían barcos que llenaban sus panzas con miles de esos frutos amarillos como las flores de los tojos, que anunciaban la primavera, o como las diminutas flores de las mimosas que levantaban tempestades doradas los días de viento que siempre traía marzo.

Un centenar de naranjos plantó mi padre en los escasos huecos que dejaban libres los limoneros. Llegaron en un barco que viajó desde Valencia y fueron creciendo con los soles de las naranjas redondos y rotundos colgando de las ramas.

El pueblo entero era de azahar. El perfume de la brisa embriagaba los sentidos todos, y fue entonces cuando mi padre tuvo la ocurrencia de rentabilizar frutos y olores, y montó para el pueblo mancomunado la primera fábrica de agua de azahar de que se tiene noticia y que supuso el principio de una prosperidad colectiva.”

Obra: "Brumario" (novela)
Autor: Ramón Pernas

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