sábado, 1 de octubre de 2011

RETALES DE TEXTOS





Rebuscando en el desván, he hallado este texto de no ficción que escribí (en realidad transcribí) un día en que estaba de guardia. Ser abogado es una profesión; ser abogado y además trabajar en el turno de oficio es una vocación. El sistema prevé y garantiza el derecho de defensa y en igualdad de condiciones a toda persona. El sistema nos encomienda esta labor y nos remunera con una cantidad casi simbólica. Por supuesto que tampoco se abonan ni pagas extras, ni vacaciones; ni tenemos derecho a subsidio por desempleo. Así es como debe ser: no somos funcionarios, no tenemos amo; sólo así somos libres y esta es la garantía para aquellos a los que defendemos. Los honorarios simbólicos los satisface el sistema; nosotros ponemos el resto.


EN COMISARIA

El nombre me es vagamente familiar.
—¿Tiene antecedentes? —pregunto al instructor mientras hasta nosotros llega el tintineo de llaves abriendo el calabozo.
—Sí, de antiguo; y el último es también un robo —contesta.
Pelo oscuro, casi negro, ondulado y revuelto. Manos trabajadas, huérfanas, como la ropa, de un buen trato y un mejor enjabonado. Parece llevar prendas de otro, de lo holgado del suéter y del tejano. Saluda con humildad a los presentes. Se lanza a hablar, atropelladamente, pero con voz baja y clara. Mirada frontal, ávida y suplicante de unos ojos oscuros y nerviosos. Está asustado.
—No fui yo. Estaba allí y de repente, uno que vino rompió el cristal ¿sabe usted? Y cogió algo del coche y salió corriendo… y resulta que salió del coche uno que estaba sentado atrás, y me dio a mí con un palo ¿ve usted? Aquí —señala con el dedo un corte cubierto de sangre seca— aquí me dio… y me asusté y eché a correr también, pero yo no fui, pero no pude correr mucho y todos detrás ¿sabe usted? Porque yo, no pude correr mucho, porque tengo cáncer ¿sabe usted? ¿la medicación? ¿han traído ya mi medicación? Es que estoy en tratamiento… he perdido veinte kilos ¿sabe usted? Tengo cuarenta y tres años; he sido empresario, me iban bien las cosas, tenía trabajadores… ganaba dinero, estaba casado ¿sabe usted? Mi mujer me dejó y ahora vivo con mi madre ¿ha traído mi madre la medicación? Soy pintor, si usted supiera… pero era joven, ganaba dinero, me volví loco y aquel mal paso, lo perdí todo. Y ahora que estaba recuperado de la droga, porque me salí de la droga ¿sabe usted?...
—¡A ver, Gabriel! ¿Quieres declarar aquí o en el juzgado? —interrumpe el instructor.
—¡Quiero hablar con ella! —exclama señalándome con la mano— Por favor, quiero hablar con ella, señor agente.
—Me curé de la droga y ahora el cáncer. No tengo cura, es de huesos ¿sabe usted? He perdido veinte kilos. Tuve un juicio hace tres meses ¿sabe usted? Y me suspendieron la pena de prisión, estoy con libertad condicional, y yo no he sido, pero me acusan de esto y si me condenan, pues, ingreso ¿sabe usted? ¿verdad que ingreso? No puedo ingresar, tengo cáncer, me queda poco tiempo. Y no me dejan ver a mi hijo, hace meses que no veo a mi hijo, tiene diez años ¿sabe usted?En el hombre asustado, el temor cede paso a la desolación, al desespero. Rompe a llorar. Saltan las lágrimas. Se seca la cara con las mangas del jersey. Pide perdón.
—Ya le ha visto el médico; está pautado y se le administrará además su medicación, a la hora que le toca. No se preocupe. Nos hemos ocupado —responde el instructor a la pregunta que no salió de mis labios pero sí de mi mirada.
—Y me denunció, por amenazas, pero sí, la amenacé, pero fue porque no me dejaba ver a mi hijo ¿sabe usted? Y me pusieron alejamiento, pero yo no he ido, no señora, ninguna vez, siempre ha ido mi madre a buscar al niño para traerlo a casa y que yo pueda verlo un rato, un poco, sólo para verlo y ¿sabe usted? Echó a mi madre y le dijo que si va a buscar al niño me denunciará, que dirá que yo voy y tengo el alejamiento y volveré a prisión…
Hablamos y, poco a poco, se tranquiliza. Sabe que dormirá en el calabozo de comisaría. Sabe que nos veremos mañana y que será después de que yo haya leído el atestado que él declarará ante el juez.
¿Qué dirá el atestado? ¿cuál será el relato de los hechos minuciosamente diligenciados por la policía? Lo ignoro. Hasta mañana no lo sabré. ¿Miente? No lo sé y en este momento poco me importa. Lo que sí sé ahora es que la profesión de abogado se me antoja una herramienta insuficiente para paliar tanto drama. Y echo mano de mis otros recursos, de aquellos de los que a uno no le examinan en la facultad. Este equivalente del “Se le supone” militar, no va inscrito en el carnet profesional, pero sí está grabado en el alma de los abogados del turno de oficio.

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