domingo, 1 de enero de 2012

OPINION.es




Primero fue admirar la cosa; después admirar al creador de la cosa. Más tarde, la perspectiva se amplió: admirar al conocedor del creador de la cosa. Y la guinda: creer firmemente en la infalible sabiduría del conocedor del creador de la cosa. Inciso: hablo de Literatura, aunque es extrapolable a cualquier otra materia.
Con qué facilidad se pasa de tener un propio sentido crítico a tomarlo prestado de otros sólo por saberles más diplomados que una. Tanto riesgo entraña no cuestionarse la propia sabiduría como no cuestionar la sabiduría ajena; ab initio tan presuntas la una como la otra.
Antes de seguir, breve disculpa por la falta de cuidado (manca de cura, diríase en catalán) en este comentario; no tengo ni tiempo ni ganas de esmerarme, además tampoco en el tema importa tanto aquí tanto la forma como el fondo. Y para colmo, estoy irritada.
Hace algún tiempo, en mini-comité de aspirantes a escritores entre los que me cuento (todas féminas menos el maestro-conductor), cada una aportó el primer capítulo de la novela que, meramente barruntada o ya previamente diseñada, nos habíamos dispuesto a escribir.
Tras hacer uso de mi turno y concluida la lectura, escuché el “¡bien, bien!” solidario del colectivo, que consuela pero no cura, y fijé la mirada en el conocedor. Entrecejo arrugado, un desperezarse soltando un suspiro profundo, mirada desencantada, chasquido de la lengua y un comentario: “Esa historia, ese tema… ¿¿no te parece un ‘déjà vu’??”, dijo. Inquirí el qué y el quién. Respuesta con aire displicente incluido: “¿No has leído ‘1984’?” Me encogí un tanto porque de Orwell yo sólo había leído “Rebelión en la granja”. “Pues antes de seguir con esto tienes que leerlo”, sentenció.
Obligada a apurarme en actividades menos lúdicas, no me hice con “1984”. Lo que sí hice es meter aquellos folios que había escrito, y el boceto de guión de mi novela, en la profundidad de una caja de archivo.
He ido a la biblioteca pública —finanzas mandan— a tomar prestado “1984” y he comenzado a leer. Doble sorpresa y mayúscula. Ni la historia ni el tema de “1984” tienen nada que ver, nada en absoluto, con la mía. En cambio lo que sí es muy parejo y ello tan sorpresivamente (también para mí) como se quiera, es el sentir que destila la exposición del narrador. Hay un parecido en la manera de embestir el primer capítulo, en la manera de escribir, vamos. Y esto es otra cosa muy diferente.
Queja y reproche ¿eh?, diréis, y hartos estamos tanto de la una como del otro. Pero no os engañéis: esta vez no sólo es eso, porque aquel primer capítulo y el esbozo de guión han abandonado la caja de archivo y a los primeros folios se han añadido unos cuantos más con el convencimiento de que, al fin y al cabo, Orwell, los que le precedieron y muchos de nuestros contemporáneos, aun sin ser Diplomados en Literatura no son, ellos no, malos maestros.




PS: Los japoneses gustan de fotografiar el ocaso del último día del año. Esta vez también yo lo hice y os dejo la imagen que la ventana regaló a mi comedor ayer.

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