“—Si todo lo que puede hacer una revolución es convertir a la humanidad
corriente en otra humanidad corriente ligeramente distinta, la cosa no vale la
pena.
Anthony protestó diciendo que valía desde luego la pena para un
sociólogo para quien tales mudanzas resultan interesantísimas.
—¿El contemplarlas o el tomar parte en ellas?
—El contemplarlas, naturalmente.
Un espectáculo de comicidad inagotable por su naturaleza grotesca y de
variantes infinitas. Mas al mirar de cerca, podían apreciarse las uniformidades
debajo de la diversidad, las reglas fijas de aquel juego permanentemente
distinto.
—La revolución transforma a la humanidad corriente en una humanidad
corriente de variedad distinta. Para ti eso es terrible. Para mí es
precisamente lo que quisiera ver antes de morirme, la puesta en práctica de las
teorías; observar, después de tu reforma catastrófica, cómo las mismas
uniformidades de antes se ajustan de manera ligeramente distinta. Me resulta
difícil imaginar nada más satisfactorio. Lo comparo con el placer de deducir
lógicamente la existencia de un nuevo planeta y descubrirlo luego con el telescopio.
En cuanto al aumento del número de los Juan Sebastianes (Bach)…, igual pudieras
imaginar que aumentara el número de los hermanos siameses como consecuencia de
tu revolución.
Tal era la diferencia entre la literatura y la vida. En los libros, la
proporción de personas excepcionales en relación con el número de gente vulgar
es alta, mientras que en la vida es baja.
—Los libros son opio —dijo Mark.
—Exactamente. Por eso me parece dudoso que haya nunca una literatura
proletaria. Incluso los libros proletarios hablarán de proletarios
excepcionales. Y los proletarios excepcionales tienen tan poco de proletarios
como de burgueses tienen los burgueses extraordinarios. La vida es tan vulgar
que la literatura tiene que tratar de lo excepcional. Talentos excepcionales,
fuerzas excepcionales, posición social y riqueza de excepción, De ahí vienen
estos personajes geniales de literatura, esos grandes capitanes, esos duques y
esos millonarios, todos ellos gente acondicionada por las circunstancias, que
únicamente pueden inspirarnos una piedad infinita, pero cuyas vidas no es
posible encontrar auténticamente dramáticas. Pues el drama exige la existencia
de la libertad para elegir, y para elegir es esencial que existan determinadas
condiciones sociales o psicológicas. Por eso, los personajes de la literatura
imaginativa son siempre reclutados en las páginas de los diccionarios
biográficos de gente notable.
—¿Pero crees verdaderamente que los ricos y los poderosos son libres?
—Al menos más libres que los pobres, en cuanto están menos sujetos a
las exigencias de lo material y a la voluntad ajena.”
Ciego en Gaza (1936), novela de Aldous HUXLEY (1894-1963)
"[…] [Los individuos] han de vivir en ciudades, han de tener ocio para leer los periódicos e ir al cine, han de ser animados a comprar cosas que no precisan porque existe el sistema industrial y ha de continuar existiendo; han de ser tiranizados y esclavizados; de lo contrario pudie-ran pensar por sí mismos, lo que supondría quebraderos de cabeza pa-ra quienes los gobiernan. […]".
ResponderEliminarLeido en “Ciego en Gaza” de Aldous Hux-ley
No tiene desperdicio, Juan; la estoy releyendo. Es de aquellos textos que te enseñan otra manera de mirar el entorno y sacudir modorras del cerebro, por decirlo en forma coloquial.
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