"De
repente, el barco entero enmudeció.
Se
hizo el silencio. Un silencio sepulcral roto, únicamente, por el rítmico latido
de las máquinas y el lamento metálico que el agua propagaba.
La
nave avanzaba ahora con lentitud. Se aproximaba a la isla con cautela extrema,
como si intentara pasar desapercibida mientras se deslizaba paralelamente a la
costa, guardando con ella prudente distancia.
Las
gentes, arracimadas en el costado de babor, no despegaban los ojos de lo que
aparecía ante sí y sólo de unos pocos labios, aquí y allá, se escapaba alguna
que otra exclamación. Únicamente los que pertenecían a aquella tierra de
belleza áspera o estaban familiarizados con ella, guardaban absoluto silencio y
mantenían la vista baja, en una actitud casi reverencial.
El
buque, poco a poco, se estaba adentrando en la caldera.
Un
impresionante espectáculo se descubría ahora ante los viajeros.
Anclada
en el infierno, la isla, que se alzaba en aquel punto trescientos metros sobre
el mar, exhibía sin pudor sus desgarradas entrañas en contundente, casi
violento, rojo y negro. Viejas capas de roca superpuestas, en rojo, ocre y
negro. Rojo, ocre y negro que lucían aún, vibrantes, para mantener vivo en la
memoria el recuerdo del cataclismo.
El
humeante cráter que presidía el islote de lava negra emergido frente a la costa
de Santorini, subrayaba la necesidad de conservar, imborrable, aquel recuerdo.
Diríase que constituía, además, una definida advertencia.
Arriba,
en lo más alto, en el mismo borde del abrupto acantilado y encaballadas entre
sí, las casas de la capital, Fira, de un blanco inmaculado, se apretujaban como
deseosas de adosar sus paredes a los muros de las iglesias cuyas cúpulas
rematan austeras cruces.
La
apretada ciudad, consciente del abismo que se abría bajo sus pies, tendía,
ansiosa, sus brazos hacia el cielo azul turquesa. Con un silencioso ruego, con
una secreta esperanza."
"El diablo en Santorini"
Fragmento.
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