viernes, 24 de junio de 2011

OPINION.es





En un Taller de Novela…



Los dos primeros años fui feliz. Descubrí, aprendí, compartí… Éramos un grupo de orígenes diversos con edades entre los 20 y los 70 años, unidos por la pasión de leer y escribir.


Un buen día, el vivificante frescor de la bohemia fue emponzoñado con el friquismo de nuevos personajes, desubicados, que con el pretexto del libre ejercicio de la crítica al texto –de por sí saludable— iban a por el padre de la criatura y a degüello. Una especie del televisivo “Sálvame” pero en versión “literaria”, donde los tertulianos eran verdaderos indigentes intelectuales con ínfulas de autor.


De la mayoría, una parte apenas había leído nada y la otra parte sólo había leído mierda —con perdón—. No crean: lo de las afinidades lo entiendo; cada libro tiene su público.


Con tales premisas, se entiende su estado de permanente frustración y la necesidad de vomitar su malestar dondequiera que se hallaren. Porque sus intervenciones, no concisas sino floridas, ni siquiera podían calificarse de crítica destructiva ya que ni argumentos sabían articular como fundamento para sus derribos.

No eran alumnos aspirantes a escritor, no eran alumnos de novela. Aquello había degenerado. En el grupo, de unas veinte personas, sólo dos o tres tenían conocimientos y talla para aportar comentarios inteligentes y útiles al resto, pero eran engullidos por aquella ciénaga.


Y entre esos friquis se practicaba una especie de imitación de cierto grupo de rock que a mitad de concierto se meaban sobre su público, un público enfervorizado, vale decir. Como yo no tenía ninguna de tales condiciones, dije adiós a la sala. Otros más inteligentes que yo me habían precedido; mi debilidad es que siempre me ha costado cortar amarras. Hoy bendigo la hora en que decidí trabajar en solitario y elegir mis propios contertulios.


¿Qué fue de aquellos friquis? Unos ejercen de profesores de escritura, otros de correctores de estilo y otros de agentes literarios. Dios salve a la Literatura.




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