domingo, 31 de mayo de 2009

RETALES DE TEXTOS


"En aquellos años de los matrimonios entre primos, dictados por la pereza sexual y por cálculos de tierras, la escasez de proteínas en la alimentación, agravada por la abundancia de amiláceos, la falta total de aire fresco y de movimiento, habían llenado los salones de una turba de muchachitas increíblemente bajas, inverosímilmente oliváceas, insoportablemente balbucientes. Pasaban el tiempo apiñadas entre sí, lanzando sólo cariñosas invitaciones a los jovencitos asustados, destinados, por lo que parecía, a hacer de fondo de las tres o cuatro bellas criaturas que, como la rubia Maria Palma, la bellísima Eleonora Giardinelli, pasaban deslizándose como cisnes en un estanque abarrotado de renacuajos".

"EL GATOPARDO", de Giuseppe Tomasi de Lampedusa (El salón de baile. Cap. 6)

domingo, 24 de mayo de 2009

RETALES DE TEXTOS


Smultronstället * (Fresas salvajes) 1957. Guión: Ingmar Bergman.
* Mi amiga Agneta corrigió la palabra sueca errónea que yo había anotado anteriormente.
"- Nuestro tiempo en este mundo es muy corto y no podemos dar marcha atrás. No hagan como yo, que aprendí tarde y estoy solo. Aprovéchenlo al máximo. Pidan perdón a tiempo, amen todo lo que puedan. El pasado no se puede cambiar. La mayoría de las oportunidades no vuelven jamás."

jueves, 21 de mayo de 2009

PALABRA DE ESCRITOR

"La más tonta de las mujeres puede manejar a un hombre inteligente, pero es necesario que una mujer sea muy hábil para manejar a un imbécil"

Rudyard Kipling

CURIOSIDADES




Resulta que el título de la novela de Stieg Larsson, "El hombre que no amaba a las mujeres", es, en el original sueco... "El hombre que odiaba a las mujeres".
Pequeño gran matiz.
¿Por qué nos lo han cambiado?

lunes, 18 de mayo de 2009

NOTICIA: Se fué, pero ¡cuánto nos dejó!

TODO VERDOR
Mario Benedetti

Todo verdor perecerá
dijo la voz de la escritura
como siempre
implacable
Pero también es cierto
que cualquier verdor nuevo
no podría existir
si no hubiera cumplido su ciclo
el verdor perecido
De ahí que nuestro verdor
esa conjunción un poco extraña
de tu primavera
y de mi otoño
seguramente repercute en otros
enseña a otros
ayuda a que otros
rescaten su verdor
Por eso
aunque las escrituras
no lo digan
todo verdor
renacerá.

viernes, 8 de mayo de 2009

NOTICIA: Ildefonso Falcones


"La mano de Fátima", ambientada en el S.XVI, es la nueva novela del autor de "La catedral del mar". Dicen que estará disponible en las librerías a mitad de junio.
¡Suerte, Falcones!

martes, 5 de mayo de 2009

RETALES DE TEXTOS

Bien, obtenido el galardón (no fui nº 1 ni nº 2 pero alcancé una digna 4ª posición entre 256 relatos), os dejo el texto del mismo. (Tere: tienes que enseñarme a hacer aquello de "leer más" en el blog... gracias) ¡Buena lectura!

UN PAR IMPOSIBLE

"A media tarde, el fuerte viento, arremolinándose en la arena, levantaba nubes de polvo que arrojaba sobre las pieles engrasadas mientras los alto cúmulos, perfilados en gris oscuro, avanzaban veloces arrastrados por aquel soplo insistente. Al poco rato, una imponente sombrilla natural se había interpuesto entre el sol y la masa humana tendida sobre las toallas.
Los brillos que desprendían los cuerpos se apagaron y los contrastes de luces y sombras quedaron difuminados. Sobre la arena, tan solo un par de sandalias plateadas, cuajadas de piedrecillas verde esmeralda, parecían mantener intacto su esplendor.
En forma escalonada, primero los mayores y después los más jóvenes, casi todos fueron abandonando con desgana la Playa del Bogatell dejándola semivacía.
Margueritta, sobre una toalla roja y amarilla sobre la que se recortaba en negro la silueta de un toro imponente, observaba el cielo y remoloneaba. Hija de la montaña y ex esposa de un monitor de esquí, deseosa de alejarse de la una y del otro aquellas vacaciones en que estrenaba divorcio y libertad, había elegido Barcelona con el único objetivo de dormitar sobre sus playas.
Embutió la toalla en la pequeña bolsa de plástico del comercio paquistaní donde la había comprado y se puso, con desgana, la camiseta y el pantalón. Desplazó la mirada desde sus pies, rebozados en arena, a las sandalias: nuevas, brillantes y caras. Ciñó sus correas a las asas de la bolsa y se dirigió a la zona de duchas y de ahí, con los pies mojados, al paseo.
Al ritmo de su caminar, la bolsa se balanceaba y con ella las sandalias que llevaba suspendidas. Una se desprendió para depositarse, plata y esmeralda, sobre el enlosado. No se dio cuenta de ello hasta llegar a la Torre Mapfre.
Deshizo el camino: recorrió el paseo, llegó a las duchas, bajó a la arena, deambuló indecisa, los ojos siempre escudriñando el suelo... no la halló. Descalza, se dirigió al metro.
Se apeó en la parada de Jaume I, felicitándose por estar alojada en el Hotel Suizo, situado a pocos pasos de la salida de la estación. Las plantas de los pies le ardían como brasas.
Al cruzar el vestíbulo, previo al tramo de escaleras mecánicas que trepaban hasta la calle, observó, junto a los tornos, entre el primero y el segundo validador de billetes, una sandalia correctamente apoyada en el suelo. Una sandalia nueva, de corte simple, hecha de cuero sin tratar. Grande y austera; una sandalia de hombre. Sin saber porqué, la recogió.
Margueritta entró en la habitación, dejó su carga en el suelo y fue a ducharse. Envuelta en la sábana de baño, cogió las sandalias y las puso sobre la mesa. La propia, delicada, plata salpicada de esmeralda, al lado de la ajena, tosca, en cuero crudo. “¡Un par imposible!”, dijo para sí y las arrojó al fondo del armario.
Unos metros más allá, asomado al balcón, Paolo contemplaba a la gente que, como en un hormiguero, transitaba presurosa por la calle de Jaume I.
En un acto reflejo alzó los ojos hacia las nubes abombadas que cubrían el cielo, intentando adivinar sus intenciones. La meteorología era un elemento importante en su trabajo y su cuidadoso seguimiento se había convertido, para él, en costumbre, aun cuando disfrutaba de su tiempo libre.
Continuó mirando a la calle. Estaba exhausto pero satisfecho. Barcelona le había obsequiado con una tarde ventosa en la que él se había empleado a fondo, deslizándose sobre su tabla de surf al ritmo frenético de las olas que rompían, con fuerza, en la Playa de la Mar Bella. Si algo llevaba mal Paolo, era la inactividad. Sólo el cansancio y su cuerpo amoratado le habían decidido a salir del agua y volver a su hotel.
Aquellas vacaciones eran extrañas por forzadas y viceversa. Además no solía viajar y menos solo, pero su reciente condición de divorciado había sido determinante para alejarse de su entorno habitual. Disfrutar del mar haciendo deporte le bastaba, pero aquel atardecer le apetecía salir sin rumbo y ver qué podía ofrecerle aquella ciudad repleta de posibilidades. Algo que pusiera broche a un día que hubiera resultado perfecto a no ser por un detalle irritante.
Horas antes, con el bañador bajo sus bermudas y el calzado de goma en sus pies, había entrado en el metro llevando en una mano la tarjeta multiviaje y en la otra la tabla de surf; a la espalda, la mochila, y metidas en los bolsillos exteriores de la misma, sus nuevas sandalias. Al llegar a la Playa de la Mar Bella, un bolsillo estaba vacío. Recordó haberse atascado en el torno de acceso al metro. La dio por perdida. Se metió en el mar, y mientras estuvo cabalgando en su tabla sobre las olas olvidó el incidente.
Paolo volvió a mirar hacia el cielo, ahora amenazador. Entró en el cuarto y cerró el balcón. Sacó el paraguas del armario. Sus ojos se detuvieron en los dos objetos colocados sobre la banqueta contigua. Tomó aquella filigrana de plata con engarces verde esmeralda y la observó detenidamente. A pesar del gentío que inundaba el paseo, aquella pequeña sandalia de mujer brillaba en el suelo como una luciérnaga. Sin saber porqué, la había recogido. La colocó de nuevo encima de la banqueta, al lado de la suya, en cuero crudo. “¡Un par imposible!”, dijo para sí y las metió en el armario.
Minutos más tarde, Margueritta estaba de pie, indecisa, parada en la plaza del Angel, a poca distancia de la puerta del Hotel Suizo, mirando alternativamente al cielo y a las gotas caídas sobre el vestido. Paolo, bajaba por la calle Jaume I. Nuevos goterones decidieron a Margueritta y entró en el hotel justo cuando Paolo doblaba la esquina, abría su paraguas y pasaba frente a la puerta. El chaparrón diluyó la posibilidad de un encuentro.
El resto de los días, sin ellos saberlo, estuvieron muy cerca el uno del otro. Sus pasos se cruzaron decenas de veces en el Barri Gotic i en Ciutat Vella, en la Vil.la Olimpica i en el Maremagnum, pero no coincidieron nunca en el tiempo; una diferencia que no iba más allá de un simple minuto. Se movían en el mismo espacio a la misma hora, pero con los relojes desajustados. No se encontraron. Llegó el día de la partida: el día de hacer maletas y trasladarse al aeropuerto.
Margueritta había facturado hacía una hora. Su vuelo a Roma estaba anunciado para las 19:25; faltaban quince minutos y esperaba la orden de embarque. La aparición de las jóvenes de Alitalia tras el mostrador, levantaron revuelo. Se puso a la cola mientras se afanaba en sacar del bolso el billete y su documento de identidad. La revista y la bolsa le estorbaban. Molesta, decidió deshacerse de ambas cosas y las arrojó a la papelera más cercana. Allí quedaron su sandalia plateada salpicada de piedrecillas verdes y la sandalia ajena en cuero crudo.
Paolo regresaba a Roma en el siguiente vuelo.
Fue presuroso a la sala de embarque al oír su nombre por megafonía cuando pagaba las compras de última hora. Corrió hacia el mostrador. Dejó la mochila y las bolsas en el suelo para exhibir su carta de embarque y el documento de identidad. Ahora le parecía absurdo seguir cargando con aquello. Lanzó la bolsa de plástico con su sandalia cuero crudo y la ajena plateada con brillos verde esmeralda a la papelera, justo cuando la limpiadora que la acababa de vaciar, estaba entretenida contemplando el par imposible de sandalias abandonadas por Margueritta.
Una semana después, en Cortina d’Ampezzo, Margueritta entraba en la oficina de turismo y obsequiaba al chico del mostrador con una vistosa camiseta estampada con una imagen de la Sagrada Familia. Dos calles más arriba, Paolo salía de su nuevo apartamento y se encaminaba hacia la oficina de turismo con una pequeña bolsa conteniendo una espectacular gorra de visera con el escudo del Club de Fútbol Barcelona.
Salió Margueritta del establecimiento y enfiló la calle del supermercado, justo por la que iba a doblar Paolo. Ella miró el reloj y decidió recoger primero el pan y los bollos de la pastelería, por lo que giró en la primera bocacalle.
El chico de la oficina de turismo, contemplaba, en forma alternativa, la gorra y la camiseta. Era todo lo que habían dado de sí los paquetes vacacionales que había vendido al monitor de esquí y a la recepcionista del Hotel Concordia. Paolo y Margueritta parecían destinados a no coincidir jamás.
La entrada de un cliente distrajo sus pensamientos. Más tarde, al tropezarse de nuevo con la camiseta y la gorra, volvió a pensar en su hermana y en su ex cuñado. “¡Un par imposible!”, se dijo. Y encogiéndose de hombros, resignado, volvió a la pantalla de su ordenador
."
copyright: R.M. Torrent Puig

ROMA... ¿quién es Roma?









Esta
miscelánea es... Roma

PALABRA DE ESCRITOR


"La pluma es la lengua del alma"

Miguel de Cervantes

domingo, 3 de mayo de 2009

NOTICIA: reedición


"Llegan las Obras Completas de Dostoyevski, la voz desgarrada de la humanidad", dice el titular de La Vanguardia de hoy domingo 3 de mayo (Cultura) Ahí os dejo el link para que podais leer la reseña completa.

Una buenísima noticia por cuanto algunas de sus obras estaban descatalogadas.

En el artículo, se cita a "Crimen y Castigo" como la novela del S.XIX. Estoy parcialmente de acuerdo... y es que tengo verdadera debilidad por "Los hermanos Karamazov".