Pido disculpas por comenzar con la corrosiva frase que
escribió un malvado: “Bienaventurados los que nada esperan… porque nunca
quedarán decepcionados”.
No pertenezco al grupo de los bienaventurados. Estoy pues,
decepcionada.
En principio, una no espera tropezarse con un rocín en un
foro de profesionales cuyo colectivo se titula de ilustre. Menos aún con dos. Y así pasa lo que pasa cuando los que
se encuentran son tal para cual. Fácil es decirlo ahora pero, se veía venir.
Habida cuenta de lo largamente exhibido por ambos personajes, se veía venir.
El paso por la Universidad no es garantía de nada. Una
licenciatura y el más selecto de los masters
ilustra y da lustre; convierte incluso a alguien con inteligencia natural normal
en brillante respecto a la materia de que se trate, pero ¡ay! ¡el pelo de la
dehesa!
Personajes deslenguados, de verbo ofensivo y habla
afrentosa. Discursos agresivos, mordaces o ambas cosas. Al final, lo
incisivo y lo agresivo frente a frente, huérfanos de la pátina que presta una
buena crianza que, al menos pule las formas cuando no ha podido atemperar en el
carácter los rasgos primarios.
De las descalificaciones, al insulto ¡Qué exhibición de
señorío!
Hay que decir en su favor que en el abuso de comentarios
molestos no se han andado con indeseables discriminaciones. Se ha repartido
leña a quienquiera que opinara diferente, al que disintiera y al que no aplaudiera.
Tras recibir yo, como otros foreros, un par de coces, la prudencia me aconsejó poner
distancia. Difícil porque la característica añadida, como no puede ser menos,
es que justamente se prodigan y se les halla en todas las
salsas. O sea, en todos los hilos.
Insultos. Un broche lamentable para cualquier debate.
De una combinación de ego mastodóntico, zafiedad y carencia
de límites, multiplicada por dos ¿qué cabía esperar?