domingo, 29 de enero de 2012

RETALES DE TEXTOS



—Oiga, que me dicen que una relación es como una calle de dos direcciones… pero no acabo de comprender porqué, en ausencia de señal reglamentaria que lo advierta, hay quien circula atribuyéndose siempre la prioridad. Un toque prolongado de claxon o directamente un volantazo.


—¡Cuidado! Piénselo dos veces antes de decir tal cosa. Esta es una idea negativa. Nadie quiere nada con las personas que verbalizan sus pensamientos negativos. Su futuro es la exclusión social.


—Eso tampoco me gusta ¿Qué puedo hacer?


—¿Quiere que le califiquen de positivo? ¿Quiere que le acojan en círculos de gente interesante o con futuro, aunque casi nunca coincide? ¿Desea aprobación social? Pues déjese atropellar, sonría aunque le hayan machacado hasta el tuétano, dé las gracias y, a poco que pueda, aplauda -cada vez que se tropiece con él- a quien aún le dejó un poco de vida para contarlo. Y si es usted tan débil como para necesitar la comprensión o el apoyo de algún prójimo y no puede resistir la tentación de relatar la anécdota a alguno de sus amigos o conocidos, no se olvide concluir diciendo cuán útil le ha resultado la experiencia para aprender, lo mucho que ha contribuido a su crecimiento personal y lo satisfecho y agradecido que está por ello.


—No se ajusta a la realidad.


—¿A quién le importa la realidad? La de usted, aún menos. Lo que le he dicho: adáptese. Es una política sensata para aquel que no es un depredador nato y que tampoco tiene la capacidad de mutar.


—O no le da la gana de hacerlo…


—En tal caso, ahorre para el ataúd. El sarcófago social ya se lo tienen preparado.

martes, 17 de enero de 2012

LITERATURA Y PSIQUE. Y viceversa.

1. Entresacando algunas afirmaciones:

“Conocemos a una persona por los libros que tiene en su casa”… “Las personas que leen ficción son más sociables que el resto”…

Fuente: Paula Delgado Labrandero en El Confidencial. 17.01.2012.

2. 2. Llegamos a una conclusión:

¡Hay que escribir ficción y ser tan productivos como podamos! (por el bien de la humanidad, cuando menos)

lunes, 16 de enero de 2012

OPINION.es







HABLEMOS DE EDITORES

Mi amiga Agneta dice, acompañando su afirmación con una sonrisa indulgente, que hay muchas personas que caminan por la vida con la punta de la nariz apuntando al cielo.


La frase me vino a la cabeza con ocasión de visionar la grabación de una entrevista que un programa literario de televisión hizo a un editor que Catalunya exhibe con orgullo patrio. Una personalidad notable, ciertamente. Un editor de los llamados independientes, profesor universitario y gran erudito con altura de miras. Un aristócrata intelectual, podríamos decir, y que, como tal, no se codea con cualquiera. Se mueve dentro de un círculo restringido como todo aquel que se considera y/o es considerado “la crème de la crème”. Y como tal homenajeado hasta con exposiciones públicas exhibidoras de su ingente labor.


Habló de los diferentes aspectos de la edición y de sus personales exigencias también respecto a las calidades del papel y a la encuadernación que basa en la consecución del mayor confort por parte del lector. Espléndido. También manifestó su posicionamiento alejado de los, por desgracia, mayoritarios hoy en día. Los “best-seller” no le interesan; él no publica con criterio puramente comercial. Loable.


De manera acorde, en la web-site de uno de sus sellos se puede leer “No se aceptarán manuscritos originales no solicitados. Y, de recibirlos, ni se devolverán ni se proporcionará información alguna sobre los mismos”. Bueno, en esto sí que participa del criterio de muchas de nuestras editoriales.


Hasta aquí, por mi parte nada que objetar. Ahora bien, entonces lo que no entiendo es su catálogo. Salvo alguna colección dedicada a recuperar obras de notables autores alemanes y centro-europeos poco conocidos o medio olvidados —ofrecimiento suyo que es de agradecer—, ha publicado a otros autores, igual de dignos y respetables por supuesto, pero cuya obra se aviene poco con tanta ínfula selectiva.


Lo digo porque en el primer tercio de los noventa me leí un buen puñado de novelas publicadas por su entonces único sello. Autores corrientes y molientes, oigan. Algunos incluso patentemente mediocres. Que si el editor erudito ha leído mucha literatura, yo también.

Desde mi punto de vista, no hay para tanto. Y en absoluto no lo hay como para caminar por la vida con la punta de la nariz apuntando al cielo. Eso aparte de que uno se puede dar un batacazo.

domingo, 1 de enero de 2012

OPINION.es




Primero fue admirar la cosa; después admirar al creador de la cosa. Más tarde, la perspectiva se amplió: admirar al conocedor del creador de la cosa. Y la guinda: creer firmemente en la infalible sabiduría del conocedor del creador de la cosa. Inciso: hablo de Literatura, aunque es extrapolable a cualquier otra materia.
Con qué facilidad se pasa de tener un propio sentido crítico a tomarlo prestado de otros sólo por saberles más diplomados que una. Tanto riesgo entraña no cuestionarse la propia sabiduría como no cuestionar la sabiduría ajena; ab initio tan presuntas la una como la otra.
Antes de seguir, breve disculpa por la falta de cuidado (manca de cura, diríase en catalán) en este comentario; no tengo ni tiempo ni ganas de esmerarme, además tampoco en el tema importa tanto aquí tanto la forma como el fondo. Y para colmo, estoy irritada.
Hace algún tiempo, en mini-comité de aspirantes a escritores entre los que me cuento (todas féminas menos el maestro-conductor), cada una aportó el primer capítulo de la novela que, meramente barruntada o ya previamente diseñada, nos habíamos dispuesto a escribir.
Tras hacer uso de mi turno y concluida la lectura, escuché el “¡bien, bien!” solidario del colectivo, que consuela pero no cura, y fijé la mirada en el conocedor. Entrecejo arrugado, un desperezarse soltando un suspiro profundo, mirada desencantada, chasquido de la lengua y un comentario: “Esa historia, ese tema… ¿¿no te parece un ‘déjà vu’??”, dijo. Inquirí el qué y el quién. Respuesta con aire displicente incluido: “¿No has leído ‘1984’?” Me encogí un tanto porque de Orwell yo sólo había leído “Rebelión en la granja”. “Pues antes de seguir con esto tienes que leerlo”, sentenció.
Obligada a apurarme en actividades menos lúdicas, no me hice con “1984”. Lo que sí hice es meter aquellos folios que había escrito, y el boceto de guión de mi novela, en la profundidad de una caja de archivo.
He ido a la biblioteca pública —finanzas mandan— a tomar prestado “1984” y he comenzado a leer. Doble sorpresa y mayúscula. Ni la historia ni el tema de “1984” tienen nada que ver, nada en absoluto, con la mía. En cambio lo que sí es muy parejo y ello tan sorpresivamente (también para mí) como se quiera, es el sentir que destila la exposición del narrador. Hay un parecido en la manera de embestir el primer capítulo, en la manera de escribir, vamos. Y esto es otra cosa muy diferente.
Queja y reproche ¿eh?, diréis, y hartos estamos tanto de la una como del otro. Pero no os engañéis: esta vez no sólo es eso, porque aquel primer capítulo y el esbozo de guión han abandonado la caja de archivo y a los primeros folios se han añadido unos cuantos más con el convencimiento de que, al fin y al cabo, Orwell, los que le precedieron y muchos de nuestros contemporáneos, aun sin ser Diplomados en Literatura no son, ellos no, malos maestros.




PS: Los japoneses gustan de fotografiar el ocaso del último día del año. Esta vez también yo lo hice y os dejo la imagen que la ventana regaló a mi comedor ayer.